domingo, 26 de agosto de 2018

LECCIÓN 2 Textos literarios


TIPOS DE TEXTOS: LITERARIOS

NOTA: El trabajo con la publicación del blog será hasta el día 14 de septiembre y se reanudará el 19 de noviembre.
El nuevo material sobre el Manual del Taller de Expresión Oral y Escrita propuesta por las autoridades educativas comienza el 17 de septiembre y concluye al 16 de noviembre, posteriormente se te aplicará un examen para demostrar sus avances, así que los invito a que realicen su mejor esfuerzo para acreditar la materia.

ACTIVIDAD Señala las características de un texto literario.
Realizarán la lectura de textos de los tres géneros literarios: Narrativo, lírico,, dramático y didáctico.
Determina el género, subgénero, las características de cada uno.
Ivana Rosaura Barahona
Ivana fue la belleza que arraso con todo: sus amigos, sus primas, las vecinas y casi su generación. Media 1.80 y su esbeltez era tan natural que nadie podía imaginarla de otra manera.
Por qué han de saber que la joven tenía además, unos inmensos ojos verdes rodeados de oscuras pestañas tan espesas que al parpadear le despeinaban el arco de las cejas.
Su piel era blanca pero no pálida. Las mejillas sonrosadas, la nariz recta y los labios naturalmente encarnados completaban un rostro perfecto. Y su mata de pelo color avellano no solo era sedosa y pesada sino dócil como oveja recién nacida. Para donde Ivana se hiciera el pelo, ahí se quedaba, de manera que anduviese  su dueña como anduviese se veía hermosa.
Y sin embargo, nada de eso agotaba la belleza de Ivana. Porque encima era dulce, buena, generosa y simpática, aunque la verdad sea dicha, también era bastante ingenua. Su sonrisa radiante a menudo iluminaba la vida de los demás que no se cansaba de completarla. (Porque Ivana merecía más que miradas de admiración). Ninguna de las modelos famosas la igualaba. ¡Si tan solo en su país hubiera modelaje! (Ivana era rusa y en Rusia eso no existía).
Varios hombres de negocios que olieron el mercado potencial de los países del Este antes de la caída del muro, conocieron en sus viajes a Ivana y le hicieron todo tipo de ofertas: desde matrimonio (un anillo de texano, un emir saudita, una caricatura de Play boy latino y dos directores de cine) hasta contratos para trabajar como quisiera, en donde quisiera, cuando quisiera, y en lo que quisiera. Así de bella era Ivana. Pero aquella belleza no quería salir de su pueblo porque ahí estaba Dragón. Y ella lo amaba. Con locura. Con desesperación. Con anhelo insólito. Nada tenía sentido sin Dragón  y por el renuncio a todo sin que se renuncia le pesara.
Dragón era el galán del pueblo. Guapísimo, mentirosísimo, flojísimo, simpatiquísimo, encantadorsísimo y donjuanismo. Pero Ivana juraba como toda mujer enamorada de un gañan, que con amor y comprensión su Dragón cambiaria (estas son, sin duda alguna, las palabras más famosas pronunciadas universalmente por las mujeres que se meten a redentoras e infaliblemente salen crucificadas). Ya Ivana le sobraba todo el amor y toda la comprensión que u Dragón necesitaba para volver al camino del bien.
Y Dragón e Ivana se casaron e Ivana fue durante un tiempo tan feliz, tan feliz, tan feliz que engordo como la princesa Beatriz.
Las mejillas se volvieron cachetes mofletudos, las esbelteces se rellenaron de cojines por todos lados, las piernas parecieron acortársele e incluso los ojos empequeñecieron al hundirse en el rastro inflado. No se puso fea, solo se volvió una gorda bonita, de esas que abundan en este siglo por todos lados.
Y como Drago siguió esbelto, guapísimo, mentiroso, flojísimo y donjuanismo al poco tiempo renovó su fama de galán insaciable e irresistible. Los ruegos, llantos, amenazas y sufrimientos de Ivana fueron siempre inútiles.
Un día, por fin, decidió hablar con él y arreglar el conflicto de manera definitiva. Lo enfrento con su dulzura inagotable y le rogo que cambiara. Todo se lo perdonaba menos su infidelidad consuetudinaria. Y Drago  con su seductora sonrisa de cínico le respondió que no podía de dejarle serle infiel porque nunca lo había sido. Y se iba, dijo porque tenía una ineludible cita de trabajo. “pero si no trabajas”, aclaro su mejer con ganas de pescarlo en evidencia. “pero ya voy a”, respondió drago al momento de ponerse el suéter  verde que su esposa le había tejido para su ultimo cumpleaños. Abrió la puerta y le lanzo un beso al momento en que Ivana gritaba: “juro que si te vas, me mato”. “nos vemos más tarde”, respondió drago y salió como personaje de obra de teatro.
Ivana oyó como corría escaleras abajo y decidió cumplir su juramento. Se subió a la ventana que daba a la calle, se sobrepuso al vértigo, volteo a ver los ocho pisos que recorrería su cuerpo antes de caer, cerró los ojos y se lanzó boca abajo.
El vacío le abrió los parpados  como si con ello pudiera detener su caída. En milésimas de segundos se arrepintió era tan inútil como su muerte, cuando vio salir del edificio el verde suéter quien alarmado ante los gritos de los transeúntes volteo el rostro en el precio instante en que los 115 kilos de Ivana le caían encima.
Ivana despertó en el hospital con un par de fracturas de las que se repondría. “siento mucho lo que sucedió. Me lance en un mal momento. No quise matarlo; a pesar del sufrimiento  que me causaban sus infidelidades, lo amaba mucho. La sensación se triturar los huesos del amado es la más horrible de las sensaciones que un ser humano puede tener. Jamás lo olvidare”.
El juez le creyó.
Tía Chofi  Jaime Sabines
Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi,
pero esa tarde me fui al cine e hice el amor.
Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta
con tus setenta años de virgen definitiva,
tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.
Hiciste bien en morirte, tía Chofi,
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso,
porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste,
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba
que querías morirte y te aguantabas.
¡Hiciste bien!
Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso,
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple,
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.
¡Te siento tan desamparada,
tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina,
sin quien te dé un pan!
Me aflige pensar que estás bajo la tierra
tan fría de Berriozábal,
sola, sola, terriblemente sola,
como para morirse llorando.
Ya sé que es tonto eso, que estás muerta,
que más vale callar,
¿pero qué quieres que haga
si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte?

Ah, jorobada, tía Chofi,
me gustaría que cantaras
o que contaras el cuento de tus enamorados.
Los campesinos que te enterraron sólo tenían
tragos y cigarros,
y yo no tengo más.
Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte,
y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido.
Nunca ha sido tan real eso en lo que tu creíste.
Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a todos. Pedías para dar, desvalida.
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos.
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te repetías incansablemente
y eras la misma cosa siempre.
Fácil, como las flores del campo
con que las vecinas regaron tu ataúd,
nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte.

Sofía, virgen, antigua, consagrada,
debieron enterrarte de blanco
en tus nupcias definitivas.
Tú que no conociste caricia de hombre
y que desjaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos,
tú, casta, limpia, sellada,
debiste llevar azahares tu último día.
Exijo que los ángeles te tomen
y te conduzcan a la morada de los limpios.
Sofía virgen, vaso transparente, cáliz,
que la muerte recoja tu cabeza blandamente
y que cierre tus ojos con cuidados de madre
mientras entona cantos interminables.
Vas a ser olvidada de todos
como los lirios del campo,
como las estrellas solitarias;
pero en las mañanas, en la respiración del buey,
en el temblor de las plantas,
en la mansedumbre de los arroyos,
en la nostalgia de las ciudades,
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta.

Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia,
con una cruz pequeña sobre tu tierra,
estás bien allí, bajo los pájaros del monte,
y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.


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